sábado, 20 de octubre de 2007

paris en un mes

Ya pasó un mes, ya empecé l'école, ya entregué un trabajo en francés, ya vivo en mi propia habitación, ya soy el vecino ruidoso, ya compro sin pensar en el super, y ya me piden que les venda drogas, ya terminé mi zaratustra, y ya empecé con baudelaire.

Pero, si, pero, todos los de allá son distintos de todos los de acá, y me gustan los de acá, y me gustan los de allá.

Las personas se encuentran, se muestran, se descubren.

Todos los días son diferentes, las rutinas no son tales.

¿Sabés?, Tengo ganas de hacer cosas, y las hago.



Cortante, salpicante y sasonante.

viernes, 19 de octubre de 2007

El cuento del tano

Vas caminando por la vereda, calle transitada, de tarde; te dicen "sei italiano", y le decís "non, e non parlo italiano", y te piden que te acerques al auto mostrándote un mapa. Son dos tipos, con cara de mafiosos, como el tano de cualquier esquina. Te preguntan si hablás francés y te empiezan a contar...

Te dicen que parecés italiano y te explican que vienen de un desfile de modas que tienen una ropa de última moda que les sobró y te la quieren dar y vos sabés que algo viene a cambio de todo este altruismo. Entonces los mirás con cara de - ¿por qué me hiciste perder el tiempo? - les decís "non, merci" y seguís caminando.

sábado, 6 de octubre de 2007

El chino

Esta pequeña historia me remonta a hace algunos minutos cuando, famélico como de costumbre, me dispongo a preparar mi almuerzo diario.

Entro en la cocina esperando encontrarla en el clásico estado deplorable, indicador de fin de semana, y efectivamente mis sospechas son comprobadas. La cocina estaba arruinada.

Un segundo atrás mío entra un chino (no puedo asegurar que fuera realmente chino, pero va a ser "el chino" de la historia). Me sorprendió realmente su entrada a la cocina ya que parecía muy apurado (casi que entró corriendo) y lo más extraño, el factor que más me perturbó es que no dijo el clásico "bonjour".

Acá alguien entra a cualquier lado semi privado, léase: cocina de una residencia, recepción o sala de espera, apenas entra dice "bonjour". Es una regla no escrita, pero es una regla al fin.
Supuse entonces, que el chino había llegado hacía muy poco a Francia y que, además, no conocía una palabra del idioma francés. Tan solo por el hecho de ver su reacción me acerco y le digo "bonjour" y obtenga la primera palabra del chino contestatario, fue algo así como "boní", un pobre logro, pero una primera palabra al fin. Sin embargo, no me sentí contento como cuando un padre obtiene la primera palabra de su hijo (ojo que intuyo esta experiencia solamente).

Uno supondría que a partir de esa demostración de su fehaciente conocimiento del idioma cada uno se dedicó a cocinar su almuerzo y no hubo más intercambio de palabras. Eso fue exactamente lo que sucedió. Él se dedicó a cocinar su vaya-uno-a-saber-qué y yo a mi ensalada de pasta.

Su "comida" contenía, entre otras muchas cosas, huevos pasados por agua y pasta. Cuando se puso a revolver los huevos noté que estaba salpicando huevo para todos lados, y no es que tuviera muchos huevos, pero de cualquier manera se los estaba dando de comer al piso y a su buzo. Fue entonces que decidí cocinar en la hornalla más alejada y dejar una pequeña zona de exclusión alrededor del chino contestatario.

El chino iba y venía de la cocina, todo con el turbo puesto. Finalmente su alimento está preparado y se dispone a comer con sus palitos, directo desde la olla. Para ese entonces yo ya había terminado practicamente mi ensalada, pero me quedaba ahí para verlo comer, y el lo estaba notando, igualmente yo no me quería perder ese espectáculo.

Y arrancó la carrera, a velocidad vertiginosa comienza a meter los tallarines y todo lo otro por su boca formando un bolo alimenticio con el tamaño suficiente para hacer explotar un cachete. Cada vez que acercaba los palitos a su boca, tragaba y a la vez chupaba y hacía un ruido tipo sorbido, pero aún más fuerte. De vez en cuando me miraba y yo volvía a mirar mi comida. Supongo que su pensamiento era "este pibe me está mirando, voy a aplicar mis mejores modales" y ahí iba de vuelta, largo sorbido y bolo alimenticio del tamaño de una pelota de polo.

El espectáculo fue suficiente para mi, tomé mis cosas y me fui del lugar dejándolo a merced del chino de los fideos.

No quiero imaginar el espanto que sintió esa cocina una vez que la abandoné.